¿A qué huele Córdoba y su provincia?

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En esta era tan digital, tan visual, el olor queda fuera del tsunami de imágenes que llenan nuestras vidas y pantallas.

Sin embargo, el olor habla de quiénes somos, de nuestra historia y recuerdos, de las leyendas y tradiciones. Córdoba huele a azahar. Desde el Patio de los naranjos, por las calles estrechas de la Judería hasta la Vega del Guadalquivir, se extiende un manto pintado de naranja y verde bajo un cielo azul. Y cuando llega primavera, de verde y blanco azahar.

Porque la primavera en Córdoba huele a azahar, a cera e incienso, a pasión e imaginamos a los romanos que pasean por las calles de Montoro, turbas de judíos coliblancos y colinegros de Baena haciendo tocar sus tambores, la “Mananta” de Puente Genil… Y cuando llega mayo huele a geranio y al clavel reventón que cuelga de las macetas de los patios y balcones engalanados.

Y en invierno Córdoba huele al brasero de picón de una Chiquita piconera pintada por Julio Romero de Torres. En Navidad, a turrón y turrolate, a alfajores de almendra y miel, a chocolate y anís de Rute.

Las calles de nuestros pueblos tienen la esencia del barro de los tornos alfareros, del tinte y el cuero de los guadamecíes y cordobanes, de olores perdidos en los talleres de orfebrería trabajando en oro o en plata la filigrana cordobesa… Y también a aceite y a alpechín, al verde de sus olivares y vides, a mosto, a uva y al olor de las barricas de roble ordenadas en criaderas en bodegas centenarias.

Olor a jara de Sierra Morena y aire fresco de la campiña, olor al musgo de la encina y a jamón en la extensa dehesa del Valle de los Pedroches, al que los árabes llamaban Valle de las Bellotas.

Hay olor de un pasado árabe no sólo entre los arcos de la famosa Mezquita y la Medina Azahara sino también allá en lo alto de la colina donde se asienta el imponente castillo de Belalcázar o el Castillo de Luque sobre el promontorio calizo a lomos de olivos, la fortaleza de Espejo o el imponente castillo de Priego de Córdoba.

En el entramado de la Judería, la Sinagoga, Maimónides (el sefardí) o en las berenjenas con miel recojo el olor de la herencia judeocristiana.

Olor a los vestigios de la antigua Roma en Torreparedones (Baena), en los mosaicos de Fuente Álamo (Puente Genil), en la cisternas de Monturque, en la Villa El Ruedo de Almedinilla… y sobre el Puente Romano que se alza sobre el Guadalquivir, en Córdoba.

Huele a papel, a la tinta de Góngora, literatura del siglo de oro y a Don Lope de Vega en Fuente Obejuna, a Miguel de Cervantes y esa hechicera de Montilla la Camacha y a una casa en la Plaza del Potro.

Es una pena que el olor no se transmita, ni se haga viral en las actuales redes sociales. Suerte que puedas visitar nuestra hermosa provincia y te llenes de Córdoba y todos sus aromas y ensencias.